mardi, décembre 22, 2009

Nietzsche en castellano cumple 10 años:)))!!!


Gracias a Derecho a leer http://www.derechoaleer.org/ por la imagen

mercredi, septembre 30, 2009

Conferencia pronunciada en el III Simposio Internacional, Filosofía(s) y Psicoanálisis: “(Con)fines del Arte”

Cuestiones de

herencia. Fantasma, duelo y melancolía en Jacques Derrida.

Horacio Potel

Conferencia pronunciada el martes 22 de septiembre en el aula magna de la Facultad de Filosofí

a y Letras de la UNAM, en el marco del III Simposio Internacional, Filosofía(s) y Psicoanálisis: “(Con)fines del

Arte”

La herencia es aquello de lo que no puedo apropiarme […] Heredo algo que también tengo que transmitir: ya sea chocante o no, no hay derecho de propiedad sobre la herencia. […] Siempre soy el locatario de una herencia. Su depositario, su testigo o su relevo… »

Jacques Derrida, Ecografías de la televisión

En el principio está la muerte, ella marcó desde un principio el sueño del principio, sueño de un origen puro e incontaminado, por lo tanto eterno; es decir: más allá del tiempo, de ese tiempo que marca nuestra irremediable desaparición, el fin de nuestros amores, la caducidad sin fin de todo lo que nos ha sido dado. Soñar la muerte como la desapropiante absoluta, como aquello fuera de mí que termina con todo en mí, es soñar necesariamente y a la vez, con un origen a salvo, salvado, sagrado. Ya se sabe: el cambio ha sido siempre la peor objeción, fuera del pasar, fuera de lo cambiante, fuera de lo pasajero, fuera de lo finito, fuera de la vida y fuera de la muerte es donde debería estar nuestra patria, nuestra morada, nuestro hogar. Olvidar la angustia de la ausencia, el dolor del pasar, de la finitud, de la falta. Por ello el pensar siempre ha buscado la seguridad, la presencia plena asegurada, completa, eterna, toda ahí junta siempre en un instante que no acabe nunca porque el pasar y el no ser no son, ni han sido, ni deben ser, nunca. «Es inegendrado e imperecedero; integro, único en su género, inestremecible y perfecto; nunca fue ni será, puesto que es ahora, todo a la vez, uno, continuo». Esta frase de Parménides traza una de las primeras marcas de nuestra tradición, de nuestra herencia. El sueño de tener un solo padre en una única patria, un solo nombre, el sueño perfecto, pues ya sabemos que lo perfecto lo tiene todo en sí, no necesita de nada ni de nadie, se mantiene solo y puro para siempre congelado en eterna presencia. Un sueño sin sueños entonces: el sueño negro de la luz continúa que no deja pasar a los fantasmas de la muerte.

Pero los fantasmas siempre pasan.

Y es necesario que lo hagan, la ruina del sueño eterno, su imposibilidad, la imposibilidad de una vida eterna es lo que salva de la muerte eterna y hace posible la vida, la sobrevida, o para decirlo en la lengua de Jacques Derrida: la survie. El anhelo de fundamento y de un fundamento puro, implica necesariamente, la pretensión de que lo derivado sea subsumido por lo originario, absorbido, canibalizado. Para construir al Dios perfecto, o al Sujeto perfecto, es preciso que todo lo real haya quedado bajo su nombre, que lo que se le oponía en tanto singular, en tanto finito sea completamente absorbido por la instancia fundadora. Un camino de homogeneización generalizada para terminar con toda diferencia, con toda singularidad en el imperio absoluto de lo Mismo. El sueño de la vida eterna y la pureza absoluta es el sueño de la muerte de toda alteridad, porque esa es la única forma de completar el círculo. Si se piensa que todo es conciliable, el origen debe terminar apoderándose de todo lo existente; contra ello admitir que nunca se cerrarán las totalidades, es decir que el sueño de la metafísica está siempre condenado al fracaso, es la condición para evitar el fin de todo, en una momificación absoluta del sentido.

La imposibilidad como condición de posibilidad es un tema recurrente en Derrida, abordado ya en escritos relativamente tempranos, como es el caso de «Firma acontecimiento contexto» del año 1971. Detenernos un momento en el mismo, quizá nos sirva para aclarar lo que sigue. Curiosamente «aclarar», reducir la oscuridad, apagarla en la luz del sol pleno, ha sido siempre según Derrida la meta de la filosofía y unos de los motivos de los continuos reproches a esa forma de telecomunicación de la que siempre han desconfiado los filósofos -desconfianza que se ha extendido a todas las formas de telecomunicación como tantos discursos moralistas y escandalizados sobre la Web, nos lo recuerdan todos los días- : la escritura. La oscuridad, la equivocidad, lo no claro, que serían para la filosofía predicados de este artilugio técnico: la escritura -y en tanto técnico no natural, sospechoso- se ubican del lado de lo derivado y lo no-originario. Tarea del trabajo filosófico será entonces denunciar su condición derivada y reducirla a la univocidad. Por otro lado, el pensamiento de la filosofía ha pensado a la escritura como representación, representación de una representación. Representación grafica, material, del pensamiento el cual representa idealmente al ser-presente. La escritura ocurre entonces para la filosofía dentro del sistema de la presencia. Es decir, es una manifestación derivada o secundaria de la presencia. Es aquí donde Derrida introduce uno de sus grandes temas: la ausencia. Para él la escritura es no-presente, no se determina por la presencia. Se escribe antes de ser, substrayéndose así a la autoridad ontológica del reino de la presencia. No sólo no pertenece a la presencia, sino que es la condición de posibilidad de esta. Si la escritura se escribe antes de ser, ya no corresponde preguntarse sobre la «esencia» de la escritura, sino sobre la forma en que la escritura se escribe, se traza. Y la escritura se escribe repitiéndose, iterándose. Entonces el signo escrito ocurre en la repetición, acontece repitiéndose. El trazo es ya un acto de desdoblamiento. El origen una repetición. Y toda repetición presupone un desdoblamiento. Por tanto el signo escrito logra su identidad en el mismo acto en que la pierde y gracias a esa pérdida. Lo que le da identidad es lo que al mismo tiempo produce alteridad. La identidad y la alteridad se construyen en el mismo acto en que se destruyen, esto es se deconstruyen. Para la filosofía, la escritura no es más que una modificación de la presencia, y le asigna la identidad derivada que corresponde a una forma de representación. Derrida, por el contrario, le asigna una identidad originaria pero una identidad que clausura toda posibilidad de identificación. La iterabilidad es lo que impide que lo originario: la escritura, se convierta en un fundamento metafísico. Dato tanto más importante, por cuanto Derrida, en el texto que estamos comentando extiende los rasgos de la escritura a «todo el campo de lo que la filosofía llamaría la experiencia, incluso la experiencia del ser: la llamada “presencia”». Lo que es lo mismo que decir que la presencia sólo es posible como imposible. Ya que al no haber origen puro que lleve a una presencia pura, esta solo se constituye como tal gracias a la repetición que al mismo tiempo que la constituye la desconstituye. O mejor que la constituye desconstituyéndola. La marca escrita no está entonces bajo la autoridad del ser-presente. Es por el contrario la inscripción de este, la condición que lo precede y a partir de la cual éste es posible. Como ha escrito Derrida en Elipsis: «La muerte está al alba porque todo ha comenzado por la repetición.»

En «Psyché. Invenciones del otro» se decía que «la deconstrucción más rigurosa no se ha presentado jamás [...] como algo posible ». Y es que lo posible, al igual que la vida eterna tiene cerrado todo acceso al por-venir. No hay posibilidad en el reino cerrado de lo posible. No hay por-venir. Que no haya posible como tal, es entonces la condición de posibilidad del por-venir. Si viene lo posible, viene lo conocido, lo repetido, lo asegurado, lo esperado, no pasa nada con lo posible, no es posible que venga el acontecimiento. Por eso, si hay acontecimiento, si hay evento, si este viene, sólo puede venir de lo imposible.

La herencia misma es imposible: nunca se re-une, nunca es una consigo misma. El legado de un nombre, de una firma nunca se deja leer, más que como un secreto. «Si la legibilidad de un legado fuera dada, natural, transparente, unívoca, si no apelara y al mismo tiempo desafiara a la interpretación, aquél nunca podría ser heredado» escribe Derrida en Espectros de Marx. Traer a la «vida» a un fantasma es acabar con su existencia, con sus legados, con sus inyunciones. Porque es acabar con su secreto y éste, el secreto, es el lugar de donde surge el movimiento de diseminación de la herencia y la supervivencia del legado. El secreto es lo que se resiste al movimiento de reapropiación, ese deseo de canibalizar al otro, por ejemplo aquí, escribir lo que «Derrida» dijo, dejarlo sentado y establecido de una vez y para siempre, si tal cosa fuera posible, sería el fin de la herencia, el entierro y la lápida colocados como trofeo en el interior del caníbal-interpretador. El legado sobrevive al sustraerse, esta sobrevida le da su porvenir al no cerrar el trazo, la herencia está siempre por venir.

Lo cual claro está es un tormento, tormento por la infinita divisibilidad que afecta todo lo posible, anhelo de completar el círculo, de hacer pie en algún sitio; inestabilidad, inquietud, desasosiego por el fracaso de todo intento de volver posible lo imposible, acoso del fantasma de todo aquello que nunca nos será dado en cuanto tal. Pero este duelo de sí mismo en sí mismo, lo sabemos, es lo que da vida, lo que posibilita la supervivencia. La inadecuación, la inestabilidad, la interrupción, dan tiempo, dan el tiempo, como ya se dice en 1968 en Ousia y Grama: « El tiempo es el nombre de esta imposible posibilidad ».

El acontecimiento, l’événement, es la venida de(lo) otro, la llegada del revenant, del revenido, del arribante y este viene aún antes de poder esperarlo. Llegó antes que nosotros. Por venir no indica una dirección en el tiempo, si toda huella es huella inscripta es entonces huella de huella, su origen siempre la precede. Lo otro está en mí, viene a mí desde antes que se establezca una división entre el otro y yo, la llegada del por venir es originaria. Lo que somos lo heredamos, no somos más que lo que heredamos. Ser es heredar. El origen de todo está en ésta venida de(lo) otro. Y ésta venida nunca termina. Los fantasmas sobreviven, la esencia nunca se hace presente. Al igual que el tormento, que es a la vez, el alivio y la esperanza. El tormento de no alcanzar la esencia es el acoso de los fantasmas: ni vivos ni muertos: sobrevivientes, revenants. Somos fantasmas, asediados por fantasmas. Y esa condición espectral, la-vida-la-muerte, o la survie: estructura original que no se deja derivar ni de la vida, ni de la muerte, es la forma misma de la experiencia y del deseo irrenunciable. «La vie est survie» ha dicho Derrida en la última entrevista antes de su (no) muerte. La survie viene. Y abrirse a esa venida, abrir la venida, levantar las barreras, abrir las fronteras, para todo lo que venga, es hacer lo que hay que hacer, hacer lo imposible. Si hay algo que detener es aquello que impidiendo la venida pueda obstruir el por venir, traer la muerte, impedir la posibilidad de una llegada otra, cerrar la apertura afirmativa para la llegada de(lo) otro, es decir cerrar la experiencia misma, que para Derrida es siempre la experiencia del otro.

El acontecimiento: es decir lo que viene, adviene, sobreviene, está desde luego ligado con ese «Ven» del que Derrida ha hablado tantas veces. Más que ligado ya que en realidad, el evento, el acontecimiento del «Ven», precede y abre la venida, el evento del acontecimiento. Para que algo pase, para que haya evento, historia, es preciso que un «Ven» se dirija al otro, a lo incalculable, a lo improgramable, a lo imprevisible, a la venida de ese otro que no sé, ni debo saber si es animal, Dios o persona, máquina, cyborg, replicante, hombre, mujer, vivo o no vivo, espectro o (re)aparecido. «Ven» venido del otro, pero, a la vez, «Ven» como respuesta imperiosa, «Ven» afirmativo y siempre plural. Un entonces en el origen. Un que antes de todo promete y compromete con el otro que está siempre antes – y del cual por tanto soy heredero -.

La repetición, como todo, nunca puede completar su círculo, porque lo que debe repetirse nunca llega siquiera a ser él mismo, no hay repetición como tal, porque no hay como tal que pueda repetirse como tal. De lo que se deducen al menos dos cosas: 1) La repetición al no poder nunca repetirse está condenada a producir lo nuevo, es decir el acontecimiento, lo otro. Si la repetición es alter-acción entonces lo que se vuelve inconcebible es lo mismo o lo que es lo mismo: el uno, el origen, el autor, 2) Si la repetición no se repite cada singularidad es absolutamente única. 3) El eterno retorno de lo mismo es la eterna amenaza, eternamente condenada a fracasar. 4) El origen es retorno, re-venida, re-aparición espectral, la herencia ni comienza ni termina.

Dejar una huella en general, es siempre dejar constancia de nuestra desaparición, de nuestra muerte, porque desde que se traza un trazo, desde que se inscribe un huella, esa huella se me va, puede repetirse, me sobrevive, sobrevive, al instante de su inscripción y al supuesto autor-productor de la misma. No hay presencia sin huella ni huella sin muerte. Huella –lo sabemos- implica siempre repetición, ausencia, riesgo de pérdida, muerte. Por otra parte, el envío del otro implica un «retraso» este retraso, no posibilita sólo la pérdida o el robo o la falsificación del envío, su no llegada a destino, sino la posibilidad de la muerte del autor del mismo. Y esta muerte es a la vez, la posibilidad de la vida del envío. La muerte abre la carta, la marca, la huella; a la alteridad más indiscriminada y general, la sitúa en la peor de las intemperies y por eso mismo impide su llegada definitiva es decir su fin. La escritura es infinita porque la muerte la habita. La posibilidad de la muerte es la condición de imposibilidad de la muerte. La huella, la carta, la marca, el trazo necesita no solo de su «autor» sino también de su destinatario, no es mensaje sin el otro, pero el otro, tampoco le es necesario al texto, su muerte también está inscripta en la estructura general de la escritura, que se convierte así en el trayecto infinito de una herencia, en el traspaso de un don que nunca puede hacerse presente, de un sentido que nunca puede ser apropiado, con lo cual la muerte es la condición de la vida o mejor de la survie.

Si alguna vez lográramos encontrar nuestro yo, si alguna vez pudiéramos cerrar la herida, borrar todo resto, toda resistencia, convertirnos en sujetos «libres» y «soberanos», ese día terminaría toda posibilidad, toda vida, toda pervivencia. Sólo la ruina y la alteridad, dan una posibilidad a la libertad, y por tanto a la responsabilidad. Sólo la pasividad, una cierta pasividad da una posibilidad al poder elegir. Sólo lo imposible posibilita lo posible. Sólo la afirmación de lo que se me escapa de lo que me es previo, de mi herencia, de lo otro, sólo el decir a esto que está antes que cualquier intento de constitución de un yo es lo que permite que ese yo, pueda buscarse. El como respuesta es lo primero. El otro es lo primero. La herencia es lo primero. No hay primero. Porque primero está otro. Por eso que se escape siempre la traza que se traza, que no esté asegurado su camino, es la única manera de no caer en el circulo de lo calculable, lo previsible, en el eterno retorno de lo mismo. El otro antes de mí. La presencia fantasmática de la alteridad, el fantasma originario, como re-aparecido re-apareciente desbarata a cada nuevo momento todo intento de cierre, de sepultura, de fin de la herencia infinita e inacabable. Somos herederos y no porque tengamos o vayamos a tener alguna determinada herencia. Estamos-en-herencia. Desde siempre, sin posibilidad de aceptar o negar. La herencia no se da, se está dando todo el tiempo, es la promesa de un don infinito, no es algo dado, es una tarea, una tarea infinita, la tarea con la cual nos hemos comprometido desde siempre en la acogida originaria al otro. La herencia se testimonia. Somos herencia que testimonia su herencia a través de lo heredado.

Lo que viene como imposible, como incalculable, el acontecimiento, es lo inapropiable, aquello en lo que la apropiación, la asimilación, deben fracasar. Al ser in-apropiable no se deja subsumir por ningún concepto, por ningún nombre, aunque ese nombre sea el del Ser.

El 11 de septiembre de 2007, la embajada de Francia y la Cámara Argentina del libro, mediante una denuncia ponen en funcionamiento contra el que habla la maquinaria penal del Estado Argentino. El delito: violar los derechos del «autor» Jacques Derrida, o si se quiere los de los herederos legítimos del mismo que según se desprende de la causa serían Les Editions de Minuit, las cuales han dicho: «durante siete años, Horacio Potel a puesto en línea gratuitamente y sin autorización versiones completas de numerosas obras de Jacques Derrida, lo que es nefasto para la difusión de su pensamiento». Singular frase que seguramente habría hecho las delicias del autor supuestamente defendido y que se prestaría a innumerables ejercicios deconstructivos, si no fuera que en su tremenda ingenuidad se delata a sí misma inmediatamente. Pero de la infinidad de lecturas que la misma da a lugar, preferimos aquella que le da la razón a Minuit: Es cierto, es nefasto para la difusión de el pensamiento de Jacques Derrida que un sitio web ponga a disposición de todos y todas las obras de Jacques Derrida. Si el pensamiento de Jacques Derrida es uno, si hay algo así como «su pensamiento», así en singular: «El pensamiento de Jacques Derrida» - defendido por su herederos legales, sus abogados, el gobierno francés y los editores argentinos agrupados en la CAL -, si tal cosa existe, es claro que nada puede ser peor para la difusión de ese pensamiento, que la difusión de sus textos. Porque en esos textos, a los que nos negamos a llamar obras, está la survie de Jacques Derrida, el lugar de donde salen todos sus fantasmas, el lugar de la infección, el medio de transmisión de tantos y tantos fantasmas acosadores todos llamados Jacques Derrida y ninguno igual al otro. Tal cantidad de fantasmas no puede hacer más que problemática la distribución de las ganancias –que como se ve para algunos es el verdadero nombre de la herencia. La difusión de sus textos -y para colmo por ese escándalo para la justa localización que es la Web- es una violación de la tumba que trata de impedir el duelo, que como ha escrito uno de los fantasmas de Derrida en un libro que habla de los espectros, consiste siempre en: «intentar ontologizar restos, en hacerlos presentes, en primer lugar en identificar los despojos y en localizar a los muertos» Difundir sus textos[1], sin el permiso, la censura y el filtro de aquellos que están autorizados a hacerlo es violar la tumba del muerto, para hacer vivir a sus fantasmas, para que lo propio de un nombre propio esté siempre por venir, para tratar de cumplir con la inyunción que Derrida nos ha heredado respecto de los espíritus, de los fantasmas: «Pues ésta será nuestra hipótesis o más bien nuestra toma de partido: hay más de uno, debe haber más de uno Si hay algo criminal es detener los envíos, la deconstrucción no puede aceptar esto porque se juega por la afirmación de la vida, o mejor de la survie.

Con lo que viene, con lo que llega, con lo que heredo: ni apropiación ni expropiación sino un movimiento por el cual me dirijo hacia el otro para apropiármelo, para comerlo, si, pero este comer que es también un cargar un portar, un llevar, un hacerse cargo, es al mismo tiempo saber y deseo de que el otro permanezca como otro, extraño, extranjero a mí, trascendente, alejado, otro en su irreductible singularidad.

Portar al otro no es entonces anular la exterioridad en la caverna del yo, cada vez más poderoso, más único, más cerrado a fuerza de devorar lo ajeno en una loca carrera que termine con todo en el Todo, es decir en la Nada, de una única y totalitaria soledad.

El cierre perfecto en un punto, es la muerte, pero no la muerte que nos constituye en cuanto moribundos, fantasmas, sobrevivientes, marranos, habitando la-vida-la-muerte; sino la muerte como el fin de toda apertura, la muerte como cierre de toda posibilidad. La muerte como lo que no tiene ni espacio, ni tiempo. Con lo cual abrir, abrirse a lo que vendrá es la tarea, tarea infinita, tarea destinada a nunca triunfar a menos que se hunda en el fracaso absoluto, es decir en aquello mismo que pretendía combatir. Para Derrida la filosofía debe levantar acta de esta tragedia, mostrar cómo solo en la amenaza está la oportunidad y comprometerse todo lo posible en la venida de lo imposible, sabiendo que no ocurrirá jamás pero que esta es una tarea que no se puede no volver a empezar una y otra vez. Volver a empezar y sin saber qué hacer, ya que, claro, lo indecidible es la condición de posibilidad de la decisión, decisión nunca garantizada, decisión siempre en riesgo mortal, decisión que no me garantiza no ya el éxito sino siquiera la llegada a destino, «destinerrancia», llama Derrida a esta estructura que es la posibilidad misma de la vida y por supuesto no «La Vida», en el sentido absoluto que hace un segundo le dimos a la muerte, sino la vida mezclada con la muerte, la muerte contaminada con la vida, la survie: «Préférez toujours la vie et affirmez sans cesse la survie…». Estas son las últimas palabras de Jacques Derrida dichas, por su hijo Pierre, el martes 12 de octubre de 2004, en su ceremonia fúnebre, palabras escritas por un Derrida vivo para ser leídas ante y en nombre de un Derrida muerto. Un Derrida muerto que a la manera del Sr. Valdemar de Poe, nos dice que está muerto y al decirlo niega su muerte. Nos habla desde su muerte por la voz de su hijo y nos habla para dejarnos una inyunción, una orden, un mandato, un testamento, una deuda y un don: «Prefieran siempre la vida y afirmen sin cesar la pervivencia»

Hipertexto de hipertextos, la web, hace estallar la iterabilidad; texto en construcción continua, texto sin autor, se convierte en máquina hiperdiseminante. Como sabemos, según Derrida, el texto singular se independiza desde siempre de su supuesto autor para devenir máquina productora, diseminante del sentido, separada de la conciencia y por tanto de las intenciones y de la plenitud del querer-decir de éste, y de cualquier otro que quiera erigirse en el dueño, o el restaurador de un supuesto sentido originario. La Web, la tela de araña, siempre estuvo implícita en el concepto de escritura, la iterabilidad el surgimiento de lo otro en la repetición, desarrolla las posibilidades que desde siempre habitaron a la escritura, siempre hubo injertos de textos, copias, hibridaciones, ex-apropiaciónes, contaminación, sin que fuera posible encontrar el texto pleno, el primero, el padre de los demás. La producción textual no siguió nunca una línea recta sino que estuvo desde siempre sumergida en un laberinto, en una red, en una máquina autoproductora; el texto se teje a sí mismo, nadie puede y nadie pudo jamás dominar sus hilos. El origen no-originario no se deja llevar ni a un presente de origen simple, ni a una presencia escatológica. La ausencia rompe el límite del texto, con lo cual queda impedido su totalización y su cierre, nunca acaba el querer-decir, la firma siempre está abierta a una nueva contrafirma. La herencia no termina.

En la película Ghost Dance de 1982, Derrida haciendo de Derrida dice: «La moderna tecnología de las imágenes, del cine y las telecomunicaciones, contrariamente a las apariencias, aunque sea científica decuplica el poder de los fantasmas, el retorno de los fantasmas». El discurso sobre lo «virtual» cree como lo obvio mismo, que este concepto se opone a lo actual, a la realidad efectiva; como la muerte se opondría a la vida, como el simulacro se opondría a la presencia real. Desde sus comienzos Derrida, ha sostenido que la vida es la muerte, porque la vida es huella, porque la vida se protege como repetición, como différance, como ceniza, porque no es del orden de la presencia, porque no hay vida presente primero que luego se resguarde en la repetición, en el suplemento, en la huella; sino que es la huella, la différance, el retardo, la repetición lo que es originario o dicho de otro modo que es el no-origen lo originario. Del mismo modo los medios técnicos en general, las tele-tecnologías no están ni vivas ni muertas, son fantasmas espectralizantes. No están ausentes ni presentes, no dependen de la esencia de la vida ni de la esencia de la muerte, ya que la esencia está fatalmente contaminada por la técnica, que es otra forma de decir que la repetición es lo originario. La vida y la técnica no se oponen. La vida en su proceso autoinmune debe recibir a lo otro dentro de sí para constituirse en sí, la iterabilidad, la prótesis, el simulacro, estas figuras de la muerte protegen a la vida. La vida es técnica asediada por la repetición. Con lo cual la ontología cede su lugar a la «hantologie», una ontología asediada por fantasmas tele-tecno-mediáticos. Y debe suplantarla para poder pensar el acontecimiento, es decir lo que viene y está por venir, por venir que no se puede pensar desde una lógica binaria o dialéctica que oponga lo virtual, lo fantasmal, el simulacro a lo real, efectivo, presente, vivo.

El autor, lo sabemos, es una figura en deconstrucción. La Red, con su capacidad infinita de copiar, injertar, tejer, yuxtaponer textos en todas las formas de la reiteración y de la modificación, es otro de los mecanismos que arruina el concepto de autor y sus concepciones conexas: el sujeto, el sujeto soberano, la identidad, la conciencia, la intención, la presencia a sí, la autonomía, la propiedad, el origen; pero como ya vimos la identidad está asediada por la diferencia, la propiedad está habitada desde siempre por una impropiedad irremediable, la presencia encuentra su origen siempre en la ausencia. El deseo de autoría es el de un querer-decir-correcto, de una intención-de-significación, de un querer-comunicar-esto y solo esto, de ser el padre y el dueño del texto. Esto, sabemos es imposible, el texto se escapa siempre, resiste siempre a todo intento de apropiación. No debemos imponer nuestra autoridad al texto que producimos y al mismo tiempo no debemos permitir que se le imponga una interpretación que cierre toda interpretación en un sentido único. Pero este ejercicio de responsabilidad sobre lo dado, este tratar de evitar que se lo convierta en un presente envenenado, no es y no debe confundirse con el copyright, el paradójico derecho de copia, como si alguien pudiera ser dueño de la iterabilidad maquínica. Habrá que cambiar algo de esos derechos que se pretenden absolutos, y que de creerles a las tapas de los libros prohíben no sólo las bibliotecas, sino hasta el préstamo, el don, el regalo; el libro sólo puede ser mercancía para ellos, cualquier otro uso está prohibido es malo e ilegal. Lo menos que se puede decir de este planteo es que su ingenuidad no tiene ningún por venir y ninguna inocencia.

El 22 de septiembre de 2001 en Frankfurt, Derrida, tras haber recibido el premio Theodor W. Adorno termina su discurso de esta manera:

«Pero no sabemos cómo ni sobre qué soporte, sobre qué velas para qué Schleiermacher de una hermenéutica por venir, sobre qué tela y sobre qué fichu WWWeb se empeñará mañana el artista de este tejido (hyphantes, dira el Platon del Político). Nosotros no sabremos nunca sobre qué fichu Web pretenderá sellar o enseñar nuestra historia un Weber por venir.»

Siendo su última palabra una de Celan: «Nadie testimonia por el testigo».

Aceptar la herencia de Derrida es también ser los Webers, los tejedores, los fabricantes de redes, los enredadores, los que no podemos testimoniar por Derrida, justamente porque elegimos su herencia, no podemos hablar por él ni en su nombre, no pretendemos sellar su historia, pero no podemos hacer otra cosa que inscribirla, con lo cual ya comienza el borrado de la huella, y a la vez una construcción otra de la ceniza, todos sus textos, le guste o no a sus «herederos legítimos», están estuvieron estarán en alguna fichu Web. Ellas son una de las formas de la sobre-vida de Jacques Derrida, sus fantasmas, habitan la tela que tejemos y destejemos, en un duelo imposible e infinito.

¡Larga vida a los fantasmas!



[1] Este problema del copyright es uno de los principales problemas políticos de nuestro ahora, su tratamiento excede los propósitos de esta conferencia, Sería bueno, sin embargo recordar unas palabras de Jacques Derrida en 1995: « Por supuesto, la cuestión de una política del archivo nos orienta aquí permanentemente […]. Jamás se determinará esta cuestión como una cuestión política más entre otras. Ella atraviesa la totalidad del campo y en verdad determina de parte a parte lo político como res publica. Ningún poder político sin control del archivo, cuando no de la memoria. La democratización efectiva se mide siempre por este criterio esencial: la participación y el acceso al archivo, a su constitución y a su interpretación. A contrario, las infracciones de la democracia se miden por lo que una obra reciente y notable por tantos motivos llama Archivos prohibidos.» Jacques Derrida, Mal de archivo. Una impresión freudiana. Traducción de Paco Vidarte. Tomado de la edición digital de Derrida en castellano: http://www.jacquesderrida.com.ar/textos/mal+de+archivo.htm

jeudi, septembre 10, 2009

III SIMPOSIO DE FILOSOFÍA Y PSICOANÁLISIS: "(CON)FINES DEL ARTE"


III Simposio Internacional, Filosofía(s) y Psicoanálisis:
“(Con)fines del Arte”

Coordinadores:
Armando Casas, Alberto Constante, Ignacio Díaz de la Serna y Leticia Flores Farfán

22, 23, 24 DE SEPTIEMBRE DE 2009
AULA MAGNA, FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS, UNAM

MARTES 22 DE SEPTIEMBRE

9:45 a 10 hrs. Inauguración:
Dra. Gloria Villegas, Directora de la Facultad de Filosofía y Letras;
Mtro. Sealtiel Alatriste, Coordinador de Difusión Cultural
Mtro. Armando Casas Director del CUEC
Dra. Rosa Beltrán Directora de la Dirección de Literatura
Dr. Alberto Constante, Grupo Reflexiones Marginales

Mesa 1
10 a12 hrs.
Antonio Marino Tres exploraciones literarias de los límites de lo humano: Primo Levi, Vassily Grossman y Aleksandr Solzhenitsyn
Rosa Beltrán El relato sin historia: los medios electrónicos y la literatura
José Luis Barrios Los confines del gesto: la pintura de Francis Bacon
Moderadora: Leticia Flores Farfán


Mesa 2
12 a 14 hrs.
Jorge Ayala Blanco Los confines del cine actual
Pablo Soler Frost Fronteras de la imagen cinematográfica
Carlos Narro Liberar al cine del teatro y la literatura
Moderador: Armando Casas


Mesa 3
17 a 19 hrs.
Marcela Almanza Elogio de la sombra, del detalle a la invención
Verónica Volkow Michael Calderwood y las poéticas del agua
Horacio Potel Cuestiones de herencia. Fantasma, duelo y melancolía en Jacques Derrida.
Susana Bercovich Existencias estéticas
Moderador: Alberto Constante


MIÉRCOLES 23 DE SEPTIEMBRE

Mesa 1
9:30 a 11 hrs.
Carlos Mendoza Cine documental, las trampas de la creación
Patxi Lanceros Contemplando. Una pasión a oscuras.
Víctor Gerardo Rivas De cómo la literatura se vierte en el cine.
Moderador: Ignacio Díaz de la Serna


Mesa 2 SALÓN DE ACTOS
12 a 14 horas
Vicente Quirarte Esa visible oscuridad: escritura y depresión
Gerardo de la Fuente y Leticia Flores Farfán Confines de la crueldad
Crescenciano Grave La apófansis simbólica del límite
Moderador: Zenia Yébenes


Mesa 3
17 a 19 hrs.
Felipe Coria Oscuridades
Fernando Bayón Nada hace lo que el Arte hace. Y otras mentiras en el tiempo de la ruina de la experiencia
Alfonso Herrera Arte-factos del goce
Silvia Durán Cine y arte
Moderador: Gerardo de la Fuente


JUEVES 24

Mesa 1
10 a 12 hrs.
Zenia Yébenes Performance: ascetismo, ritualización y arte contemporáneo
Viviana Berger Acerca de los confines entre el autor y el inconsciente
Germán Plascencia El arte frente al poder de la razón
Moderador: Ignacio Díaz de la Serna


Mesa 2
12 a 14 hrs.
Carlos Másmela Hölderlin y la tragedia
Ángel Xolocotzi Fines y confines del arte escrito. Acotaciones epistolares heideggerianas
Gabriel Weisz Golem del arte
Ana Viganó Hacer el amor, en la mira. Por una suspensión del tiro de gracia sobre poetas y analistas
Modera: Leticia Flores Farfán


Mesa 3
17 a 19 hrs.
Ma. Antonia González Valerio La angustia (entre la estética, el arte y el psicoanálisis)
Rosario Herrera Filosofía, psicoanálisis, literatura y escritura
Víctor Novoa Freud y Proust. Psicoanálisis y tiempo en la escritura
Moderador: Alberto Constante

19:10 Clausura por parte de los organizadores

SE DARÁ CONSTANCIA DE ASISTENCIA REGISTRÁNDOSE EN LA MESA DE FIRMAS

vendredi, août 07, 2009

Autores, propietarios, metafísicos


Siempre tuve un cierto carácter coleccionista, y de niño mi gran colección, la que más quería y de la cual más me ocupaba era mi biblioteca: una mesa de luz, donde iba ordenando mis tesoros. En 1998 me compré una computadora después de ahorrar todo un año.

El primer contacto con ese aparato –que ya no me abandonaría- cambio todo.

Se me hacía de no creer que existía un medio donde cualquiera se podía comunicar a voluntad con cualquiera, donde los libros y las imágenes que tanto había amado y que tanto habían significado en mi vida estaban allí para ser distribuidas de manera libre y gratuita, sin restricciones para todo aquel que las quisiera o necesitara. La Web, era para mí el sueño del pibe, podía tener acceso a tantas cosas que antes solo había podido soñar, libros agotados, reproducciones de obras de arte, que antes solo podía ver de "prestado" en las librerías, ya resignado a no tener jamás esos hermosos y carísimos libros. La lectura que hice de la Web en ese primer momento, en ese primer encuentro, en ese instante del conocimiento, fue: acá están todas las posibilidades, ya no habrá más escasez de bienes culturales, con esta herramienta una parte inmensa del conocimiento humano puede estar disponible para todos.
Un planteo un tanto ingenuo, desde luego, pero bueno nunca fui bueno para los negocios y no pensé o no quise pensar a la Web, en aquellos lejanos tiempos, como debería pensarla todo ciudadano consciente de su pertenencia al capitalismo: es decir como un almacén de venta de baratijas. Y por otra parte hace diez años eran muy otros los aires en la Web, el terreno mucho más libre, no estaba bajo la amenaza cada vez más ominosa de barreras, censuras y prohibiciones cada vez más asfixiantes. Y desde ya que había como para maravillarse:

Hipertexto de hipertextos, texto en construcción continua, texto sin autor, la Web es una maquina hiperdiseminante. Como sabemos, según Derrida, recientemente censurado en nuestro país, el texto singular se independiza desde siempre de su supuesto autor para devenir máquina productora, diseminante del sentido, separada de la conciencia y por tanto de las intenciones y de la plenitud del querer-decir de éste, y de cualquier otro que quiera erigirse en el dueño, o el restaurador de un supuesto sentido originario. La Web, la tela de araña, siempre estuvo implícita en el concepto de escritura. La iterabilidad es decir el surgimiento de lo otro en la repetición, desarrolla las posibilidades que desde siempre habitaron a la escritura, siempre hubo injertos de textos, copias, hibridaciones, contaminación, sin que fuera posible encontrar el texto pleno, el primero, el padre de los demás. La repetición, como todo, nunca puede completar su círculo, porque lo que debe repetirse nunca llega siquiera a ser el mismo, no hay repetición como tal, porque no hay como tal que pueda repetirse como tal. De lo que se deducen al menos dos cosas: 1) La repetición al no poder nunca repetirse está condenada a producir lo nuevo, es decir el acontecimiento, lo otro. Si la repetición es alter-acción entonces lo que se vuelve inconcebible es lo mismo o lo que es lo mismo: el uno, el origen, el autor, 2) Si la repetición no se repite cada singularidad es absolutamente única, 3) El eterno retorno de lo mismo es la eterna amenaza, eternamente condenada a fracasar. 4) El origen es retorno, re-venida, re-aparición espectral, la herencia ni comienza ni termina y nada más ridículo que creerse dueño de ella. No hay herencia contante y sonante, aquí y ahora presente. Somos en el modo de la herencia. Estamos heredando.

La producción textual no siguió nunca una línea recta sino que estuvo desde siempre sumergida en un laberinto, en una red, en una máquina autoproductora; el texto se teje a sí mismo, nadie puede y nadie pudo jamás dominar sus hilos. Diseminándose en una multiplicidad irreductible, la ausencia rompe el límite del texto, con lo cual queda impedida su totalización y su cierre, nunca acaba el querer-decir, la firma siempre está abierta a una nueva contrafirma. Sobrevive. Salvo que se borren esas huellas, que es justamente lo que intenta la causa contra las web de Derrida y Heidegger.

Para mí era más que evidente que al menos en el campo de la filosofía, todas las obras de todos los filósofos y en general toda la producción filosófica, podía y debía estar on line. Recuerden ustedes que yo estudiaba filosofía y entonces estaba sujeto a horas perdidas tratando de encontrar artículos de revistas que no estaban en ninguna biblioteca, libros que no se publicaban hace décadas porque no era redituable hacerlo, o porque al dueño del derecho de copia no le venía en gana. Las revistas de papel especializadas en filosofía me parecían una pérdida de tiempo una especie de locura. Sacar 100 ejemplares de una revista, para que con suerte fuera archivada en dos o tres bibliotecas donde las comería el tiempo, se me ocurría un gasto loco de trabajo desperdiciado, pudiendo colocarse toda esa producción en la web de forma tan fácil y barata.

Soñaba con poner a los empleados de todas las bibliotecas universitarias a digitalizar textos, pero claro, la ley 11723 ley del año 1933, no contempla medidas de privilegios o excepciones para las bibliotecas, éstas están impedidas de copiar su propio material, aún si es para fines de preservación. Si hay que creerles a los carteles que suelen adornar los libros, el préstamo mismo estaría prohibido y no sería de extrañar, si esta embestida de las corporaciones que se creen dueñas de la cultura no para, o mejor dicho no hacemos algo para que pare, que las mismas bibliotecas se vean obligadas a pagar derechos de autor o se vean obligadas a cerrar.

Esta pelea es una pelea por el Archivo. El Archivo, sabemos, es la casa del Arconte es decir, de aquel que ejerce la Arkhé, palabra que nombra el comienzo y el mandato, el origen y la autoridad. El Arconte no sólo es el guardián y el intérprete autorizado del archivo, sino sobre todo su productor: la técnica de archivación determina lo que es y lo que no es archivable, la archivación no sólo registra, ordena, jerarquiza sino que produce el acontecimiento luego archivable y con él las categorías mismas del pensamiento, es decir, del mecanismo ordenador. Sería bueno recordar unas palabras de Jacques Derrida en 1995 en Mal de Archivo: «Ningún poder político sin control del archivo [...]. La democratización efectiva se mide siempre por este criterio esencial: la participación y el acceso al archivo, a su constitución y a su interpretación».

Que la web nos dé la posibilidad de independizarnos de tutores y encargados y poder así escoger nosotros mismos nuestra herencia es algo que pone tan nerviosas a las corporaciones de los antiguos distribuidores de la cultura como el hecho de que ahora esta distribución pueda ser realizada con una eficacia infinitamente mayor y a precios que podrían convertir en realidad el sueño de una cultura libre para todos, obra de todos, herencia de todos, si no fuera por la batalla que en contra de ella vienen llevando los mercaderes que han vivido a su costa.

Pero volvamos 10 años atrás. Yo estaba en esa época fascinado con el filósofo alemán Friedrich Nietzsche. Y de él había poco y nada en esos tiempos lejanos en la Web. Algunos textos en inglés y alemán pero casi nada en castellano, el buscador Altavista (el Google de aquella época) indexaba sólo 15 textos sobre Nietzsche en castellano en toda la web. Pues bien, me dije, porque no devolver los regalos y las sorpresas que la Red me daba a diario, enriqueciéndola un poco, y así fue que en una noche de diciembre del 98 me puse a teclear una selección de textos de Nietzsche, y al otro día la obra de Nietzsche en castellano se había duplicado en la web, de esto se van a cumplir ya diez años, de trabajo en gran medida solitario, pagado con mi tiempo y mi dinero sin ninguna clase de subsidio ni de apoyo de ninguna entidad, pero tampoco, sin los juicios y amenazas de prisión con que hoy me regalan entidades que dicen defender con estas acciones nada menos que la cultura y la producción de conocimiento. Es que estos señores tienen unos razonamientos muy raros. La editorial Minuit, para no ir más lejos ha dicho de mí: “Horacio Potel publicó a lo largo de varios años, sin autorización y de forma totalmente gratuita, versiones completas de varios trabajos de Jacques Derrida, lo que es dañino para la difusión de sus (los de Derrida) pensamientos”.

La lógica del don, para los mercaderes es subversiva. Porque además ¿quién es este que se mete a decidir qué hacer público o que no, cuando ese siempre fue nuestro papel, nuestro privilegio y nuestro monopolio? Como decíamos antes: el control del Archivo. Esta es quizá la batalla más importante de nuestro tiempo y no termina con la cuestión del copyright, apenas se abre.

El copyright tiende a concentrar, a través de la privatización, el control de la herencia cultural en manos de un número cada vez menor de propietarios privados. El copyright es la forma que tienen las corporaciones que fabrican libros de papel de apropiarse de la creación de los autores para su pura explotación mercantil, de manera tal que priva a todas las demás corporaciones editoras, incluido el autor, de la posibilidad de reproducir su propia obra. El copyright es el monopolio de la explotación de los productos culturales y como todo monopolio impide la competencia que podría traer alguna baja en el precio sideral de los libros, cosa particularmente grave en un país como el nuestro donde la gran mayoría de los libros de filosofía están patentados por corporaciones extranjeras con lo cual hay que pagarlos a precio de oro.

Es hora de preguntarnos que es más importante si la ganancia de algunos empresarios multinacionales que no quieren amoldarse a los tiempos que corren y a los nuevos esquemas de negocios que estos platean, o la necesidades urgentes que tienen Argentina y Latinoamérica toda en cuestión de educación y cultura. Sobre todo cuando se cuenta ya con un medio técnico para la difusión libre y gratuita del conocimiento. Intentar como se intenta cada vez más privatizar la web es un crimen que del cual con justa razón nos acusaran las generaciones venideras.

Entonces 1998 no pretendía nada raro, sólo subir a la web, en forma ordenada y con cierto control de calidad todo lo que pudiera encontrar sobre los filósofos que me ocupaban. Las posibilidades técnicas convirtieron por sí solas a estas "bibliotecas" en máquinas privilegiadas para la producción cultural, dando la posibilidad de buscar en instantes un término en toda la obra de un filosofo, tener linkeado en el texto no sólo la cita sino el texto al que se alude, o las distintas versiones de una misma conferencia, no sólo en castellano, como fue la idea original, sino particularmente en el caso de Derrida, también en francés. No sé si a mis colegas o a los estudiantes estas herramientas -que hoy ya no están en la web- les habrán sido de utilidad -al parecer sí, teniendo en cuenta los mensajes de solidaridad que he recibido de todo el mundo- pero para mí eran imprescindibles, teniendo esos textos en mi computadora, el trabajo empezaba igualmente siempre en la web, las distintas formas de ordenación del material así como la posibilidad de usar buscadores, reducían el trabajo en horas a la vez que producían el encuentro de lo no esperado dado su carácter maquínico: no era yo solo tratando de recordar y asociar, era yo más la máquina. Estas maquinas defendían los derechos de autor de Heidegger y Derrida. Porque que alguien pueda ser leído, pueda ser encontrado, en un lugar que ofrece un mínimo de calidad sobre lo que publica, que ordena el material, que lo recopila y lo reúne, que permite hacer búsquedas de conceptos en casi toda la obra escrita del autor, un lugar así es un derecho que todo autor debería o quisiera tener. Derrida y Heidegger los tenían en la Web, las corporaciones que viven a costa de ellos han terminado con estos derechos de autor, para hacer valer sus patentes y sus propiedades.

Supongo que estos artefactos deberían darle a su “autor” -en este caso a mí- algún derecho, pero parece que no, han sido borrados por el capricho de una editora francesa que no trabaja en Argentina y que no sabe qué hacer para demostrar su codicia, su egoísmo, su afán apropiador. Minuit le comunicó al agregado “cultural” de la embajada de Francia en Argentina su malestar y este señor para defender la cultura francesa terminó con el lugar más visitado y completo dedicado a la obra de uno de los principales filósofos franceses del siglo XX. La Cámara Argentina (o francesa, ya no sé) del Libro, hizo una denuncia que fue tomada con inusitado vigor por fiscales argentinos, así que una triple alianza de Corporaciones patronales, embajadas neocoloniales y poder judicial argentino, se juntaron para bajar de la Web sitios que difundían filosofía y de paso joderle la vida al boludo, loco y terrorista que había tenido la idea de compartir las herramientas que usaba para trabajar en filosofía.

Porque el trabajo de profesor de filosofía tiene como una de sus obligaciones la escritura, no hay la menor necesidad de tentar a nadie con los ridículos derechos de autor que podría recaudar una obra sobre el ser en el Heidegger tardío, las obligaciones del oficio obligan a escribir. En este campo la mentira que dice que los derechos de autor fomentan la producción intelectual no se hace solo evidente sino hasta insultante, pensar que Nietzsche o Hölderlin escribían para cobrar dos mangos de derechos de autor, como si fueran vulgares autores de libros de autoayuda, da la idea de los valores con los que se mueven estos mercachifles.

La ruina del Estado-Nación es también la ruina de su derecho, y por tanto, también de ese particular derecho de copia, que se conoce también como derecho de autor. El autor, lo sabemos, es una figura en deconstrucción. La Red, con su capacidad infinita de copiar, injertar, tejer, yuxtaponer textos en todas las formas de la reiteración y de la modificación, es otro de los mecanismos que arruina el concepto de autor y sus concepciones conexas: el sujeto, el sujeto soberano, la identidad, la conciencia, la intención, la presencia a sí, la autonomía, la propiedad, el origen; pero la identidad está asediada por la diferencia, la propiedad está habitada desde siempre por una impropiedad irremediable, la presencia encuentra su origen siempre en la ausencia. El deseo de autoría es el de un querer-decir-correcto, de una intención-de-significación, de un querer-comunicar-ésto y solo ésto, de ser el padre y el dueño del texto. Esto, sabemos, es imposible, el texto se escapa siempre, resiste siempre a todo intento de apropiación. Sabemos que Derrida ha escrito en La escritura y la diferencia: «Ausencia del escritor también. Escribir es retirarse [...] Ir a parar lejos de su lenguaje, emanciparlo o desampararlo, dejarlo caminar solo y despojado. Dejar la palabra. Ser poeta es saber dejar la palabra. Dejarla hablar completamente sola, cosa que sólo puede hacerse en lo escrito [ ..]. Dejar la palabra es no estar ahí más que para cederle el paso, para ser el elemento diáfano de su procesión: todo y nada. Respecto a la obra, el escritor es a la vez todo y nada» Pero por otro lado la apropiación no es sólo del autor, la Red está llena de tachaduras de nombre para inscribir sobre el borrado, el propio. El robo, la falsificación, la simulación, un mecanismo de apropiación generalizado está a la orden del día y esto es un conflicto de interpretaciones, un conflicto en el que no podemos no intervenir. Debemos defender el sentido contra toda apropiación a manos de poderes anónimos que se han vuelto universales y actúan movidos por un racionalidad puramente económica, empeñados en llenar el espacio, dominar cada uno de los hilos, atrapar a todas las moscas con la dulzura de las baratijas, para extraerles toda su sangre o para derramarla, si no es lo suficientemente nutritiva. No debemos imponer nuestra autoridad al texto que producimos y al mismo tiempo no debemos permitir que se le imponga una interpretación que cierre toda interpretación en un sentido único. Pero este ejercicio de responsabilidad sobre lo dado, este tratar de evitar que se lo convierta en un presente envenenado, no es y no se debe confundir con el copyright, el paradójico derecho de copia, como si alguien pudiera ser dueño de la iterabilidad maquínica, esta pretensión atañe a los que viven de vender libros de papel y es un problema de ellos, problema de corporaciones internacionales que dificultan nuestro derecho al archivo; son ellos los que tendrán que encontrar una manera de sobrevivir, y eso pasará seguramente por algún mecanismo autoinmunitario, algo deberán cambiar las editoriales, algo deberán incorporar de la Red, si no, la pura reacción inmunitaria del nada con el otro, la pura defensa legal de unos derechos ineficaces y divorciados de la justicia no los lleva ni los llevará a ningún sitio. Habrá que cambiar algo de esos derechos que se pretenden absolutos, y que de creerles a las tapas de los libros prohíben no sólo las bibliotecas, sino hasta el préstamo, el don, el regalo; el libro sólo puede ser mercancía para ellos, cualquier otro uso está prohibido es malo e ilegal. Lo menos que se puede decir de este planteo es que su ingenuidad no tiene ningún por venir y ninguna inocencia.

La cultura el conocimiento, la tradición no son la obra de "autores" es curioso que los mismos señores que han terminado con las ideas ilustradas del sujeto libre y soberano, para vendernos el sujeto sujetado al consumo, apelen a la metafísica de la subjetividad a la hora de buscar más dinero. Es curioso que lo hagan en este caso ya que tanto Heidegger como Derrida, hoy censurados y prohibidos en la Web, se han opuesto a esta idea de una subjetividad creadora como origen y causa de la "Obra". No hay átomos privilegiados por la Musa repartiendo la luz entre masas pasivas. No hay átomos y la constitución del “autor” como cualquier otra se con-forma con la alteridad que la preexiste. Heidegger y Derrida han señalado cómo antes de constituirse o en la constitución misma de algo así como un sujeto, de algo que diga “yo”, todo un mundo previo ya preexiste, que estamos formados antes de ser, por la herencia y la tradición, la transmisión, la pervivencia del mensaje, el conocimiento no es una mercancía, el conocimiento produce conocimiento, es una transmisión, una traducción, una tradición, una herencia, que como tal me preexiste. Aún más para Derrida todo empieza con una llamada un “Ven” el ven es el envío llamando a los envíos, el primer mail exigiendo la correspondencia en la que somos, correspondencia con el otro que está siempre antes. Cortar los envíos, es la muerte, y es esto los que los militantes fundamentalistas del copyright quieren imponer en la Web, quitándole todo potencial para domesticarla como instrumento de venta de banalidad. Pero como alguna vez dijo Derrida: "Heredo algo que también debo transmitir: ya sea algo chocante o no, no hay derecho de propiedad sobre la herencia".

Carlos de Santos, presidente de la Cámara Argentina del Libro, ha dicho hace poco en un matutino famoso: “La idea de que la cultura es gratis resulta muy peligrosa y dañina para las futuras producciones culturales. [...] es un delito”. No de Santos, sin conocimiento, sin acceso al archivo, a la herencia, no hay producción de conocimiento posible. La idea de una cultura para pocos, para lo que puedan pagarla, es lo peligroso y lo dañino. La Cámara Argentina del Libro y su campaña de cierre de bibliotecas on line, es muy peligroso, muy dañino y sería hora que estos señores vayan cambiando la palabra cultura que tanto tienen en la boca, por la frase: dinero para las editoras. Sincerarse nunca está de más.

Es esta herencia que no le pertenece a nadie y que nos forma a todos, esta herencia que es el don común sobre el que se construye lo nuevo, lo que se está atacando al atacar la difusión y el acceso de todas y todos a la misma. Es lógico. La herencia de la filosofía, del pensamiento crítico es demasiado peligrosa para los hombres del mercado, puede hacer creer que no necesitamos de tutores ni de encargados para atrevernos a saber-ser, tal como en la lejana época en que la burguesía era aún ilustrada, quería el viejo Kant. : “¡Sapere Aude! He aquí la bandera de la Ilustración.”

En esa herencia Mariano Moreno fundaba la Biblioteca Nacional, el primer diario y publicaba la traducción del Contrato Social, en el convencimiento de que el saber hace libres a los pueblos, hoy doscientos años después, un juez de este mismo país está llevando un proceso penal en contra de dos bibliotecas públicas por difundir filosofía, algo anda entonces mal, muy mal y es hora de empezar a decirlo.
Permitir que corporaciones oscurantistas solo preocupadas por su dinero, y amparadas en leyes obsoletas y por lo tanto injustas con este nuestro tiempo, empiecen a cerrar las nuevas bibliotecas de este siglo es asegurarnos un futuro de mayor ignorancia y por tanto de mayor sometimiento y mayor injusticia. En Argentina, en Latinoamérica toda no nos podemos dar el lujo de acceder a los reclamos de estos sectores retrógrados y atrasados, que no titubean en destruir las nuevas máquinas del conocimiento en su afán de seguir ganando más y más dinero.

Horacio Potel